Imagino que a muchos les resultará extraño que un pastor protestante se presente como un eremita urbano, pero no hay nada extraño. Lutero siempre resaltó la importancia de la vida de oración, es más, él siempre decía que lo primero que debemos hacer al comenzar el día es orar, y si nos sentimos tentados debemos orar más fuertemente, orar con los salmos, orar el padre nuestro, recitar el credo y los diez mandamientos. Para Lutero esa era una piedra angular de nuestra espiritualidad. La fe es un don divino, pero la fe nos lleva a desear más y más estar en la presencia de Dios.
Un eremita urbano es un cristiano que ha sentido intensamente la llamada de Dios a una vida de oración, estudio de las escrituras, contemplación y servicio a Dios. El eremita urbano no depende de otros, sólo depende de Dios. Dios es su todo, es su proveedor, es su camino y es su destino último. Ese Dios lo llama a descubrir su presencia en sus hijos, en el pueblo de Dios, en los hermanos y hermanas de Jesús. El eremita urbano vive en la ciudad o en su pueblo, trabaja, estudia, come, duerme, hace ejercicio. Es en casi todo semejante a cualquier otro hijo de Dios. Pero hay algo peculiar y único en su vida, es ese llamado incesante a la oración constante, a la liturgia de las horas, al oficio divino diario. La oración de la mañana, la tarde, la noche y la lectura espiritual de la Biblia con el leccionario diario y los comentarios de los escritores de espiritualidad marcan su rutina. El eremita urbano organiza su tiempo en torno a la oración litúrgica de la iglesia. Su trabajo manual o intelectual se ubica circunscrito a su tiempo entre una hora litúrgica y otra. El eremita gana su pan con su trabajo, ve en su trabajo una extensión de su vida de oración y de su vocación de amar a Dios intercediendo por el mundo. El mundo recibe la bendición de sus oraciones, y solamente Dios conoce la pasión del eremita en su intercesión por las necesidades del mundo y de la gente. En la soledad de su recinto, a puertas cerradas, eleva su plegaria al Padre Celestial en el nombre de Cristo y en la fuerza del Espíritu Santo. La ermita es el templo donde se elevan las oraciones por los necesitados, la soledad y el silencio se llenan entonces de la presencia de la gloria divina. El corazón se eleva y la mente se ilumina, los ojos de la fe contemplan el cielo abierto y al Hijo de Dios a la diestra del Padre. El eremita ve con los ojos de la fe, no ve las cosas que se ven solamente, sino que ve también las cosas que no se ven, aquellas que solamente el Espíritu de Dios nos revela. En un mundo roto, fracturado por las guerras, experimentando la insuperable polarización y el odio, el ministerio del eremita urbano es urgente. Se necesita una presencia del amor de Dios y del obrar del Espíritu Santo en medio de la ciudad. Se necesita una presencia de serenidad y perdón, de bienvenida y unión, una voz de paz y no de conflicto. El eremita ha sido llamado a eso. A orar y a servir. Sirve con su trabajo, ora con temor y temblor. No conoce el futuro, pero sabe que el final del camino es la unión eterna con Dios, la visión beatifica de nuestro creador. El eremita camina inspirado por esa visión. El eremita vive aquí y ahora la presencia del reino de Dios y su justicia y descansa en la palabra de Jesús que le dice: no temas, en el mundo tendrás aflicción, pero confía, yo he vencido al mundo (Juan 16,33). Amen. Pastor José Luis.
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June 2024
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